En el nombre del Padre

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En el nombre del padre

Habiendo descubierto carreteras como las que recorrimos, gente como la que conocimos y una aventura como la que vivimos, sólo había una cosa que pudiera dar más emoción y corazón a aquellos 800 kilómetros, 20 puertos y más de 5000 curvas… Recorrerlos siendo el hijo de Javier Herrero.

antonio herrero
Quizá hoy, más que nunca, me cuesta separar la objetividad que debería tener toda crónica de los sentimientos puramente personales que ha tenido para mi la última edición de Penitentes, así que con disculpas anticipadas por las veces que mezcle lo objetivo y lo subjetivo, me meto en faena.

Durante el último año, había tenido en casa el mejor de los relatos sobre los penúltimos Penitentes (2013). En vivo y en directo, él mismo me había contado la espectacularidad de la ruta y lo remoto de algunas carreteras que ni aparecían en los mapas. De forma directa no era su intención, pero ya había sembrado en mi la idea de apuntarme algún año. Evidentemente nunca pensé que las circunstancias para ir fueran a ser las que fueron, pero desde la tierra, primero, y desde el cielo después, El Cheli no dejó de animarme a que ese 3 de mayo estuviera yo en Baños de Panticosa.

Madurando

Poco a poco, kilómetro a kilómetro y gota de sudor a gota de sudor, Penitentes se está haciendo adulta. Ya no es un niño recién llegado, pequeño e inexperto que deba pedir permiso a los grandes para entrar en clase. Penitentes se ha convertido en una referencia de las concentraciones ruteras europeas, y eso se palpa nada más asomar la cabeza por allí. Lo primero que te encuentras al llegar es el taller móvil que Dunlop desplaza a las carreras para atender a los participantes, detalle que, a los novatos, ya nos hacía tomar conciencia de que aquello iba en serio. Por la carpa de Dunlop no sólo pasaban los que –opcionalmente– querían aprovechar la ocasión para cambiar de zapatos a sus monturas, también los que –todos obligatoriamente– debían pasar la pertinente verificación técnica de la moto, donde se examinaban los puntos básicos para afrontar con seguridad una ruta de este pelaje.

Uno tras otro y en respetuoso orden de llegada, los participantes ocuparon prácticamente la totalidad del viernes en pasar las verificaciones: «Normalmente vienen bien, pero algún año nos ha venido alguno con los neumáticos en las lonas mientras decía, tranquilos, que me aguantan». La historia me la cuenta Noelia, la chica de Javier Berna, el presidente del MC Monrepós y, además, uno de los pilares en los que se sustenta Penitentes y las otras «aventuras» del moto club. «Y eso no ha sido lo más fuerte» prosigue Noelia, «un año me despertó un participante a las cinco de la mañana para preguntarme si tenía un amortiguador». Ya veis que cuando se organiza algo así, el trabajo no se acaba, pero las anécdotas tampoco.

La Ruta –así con mayúsculas– cumplía este año su novena edición, y con la madurez le van viniendo todas esas cosas que acompañan a la fama que va adquiriendo: los reconocimientos y las críticas, las alabanzas y las exigencias y, junto con todo eso, algo que denota la importancia que ya va teniendo… los imitadores. La forma y belleza de la prueba tienen tirón, y en el horizonte, los chicos de Monrepós ya van observando que, con más desacierto que atino y con poca preocupación por las formas, hay quien intenta sacar tajada de un formato que ya reúne legiones y agota inscripciones en minutos. Pero viendo desde dentro cómo se gesta Penitentes y lo mucho que exige a sus organizadores, el que venga detrás lo tiene difícil.

Javier hablando de Javier

A las 20:30h del día anterior a la Ruta es cuando, de verdad, empieza Penitentes. Organización y participantes se reúnen a esa hora en el Gran Casino de Baños de Panticosa, para escuchar atentamente y de primera mano cómo Javier da las indicaciones básicas de la prueba y desgrana los «way-points» claves del Road Book que la organización da a cada participante –material, por cierto, para guardar como un tesoro–.

Pero este año el briefing comenzaba de forma especial, de hecho, de la más especial que pudiera haber para mi. Micro en mano y con la plena y respetuosa atención de los asistentes, el presidente del MC Monrepós que, en persona, sólo conoció a nuestro Javier durante los pocos pero intensos días de la anterior edición, no se guardó ni un solo elogio hacia él para culminar dedicándole la presente edición y haciéndome a mi, en su nombre, socio de honor del Moto Club. No hacen falta muchas más palabras para imaginar la emoción del momento. Junto a Javier Herrero, la ruta también se dedicó al hermano de un compañero de Moto Club fallecido recientemente en moto y, de forma muy especial, a Doña María Gil Ferrer, abuela del ´presi´ y junto a su marido, José Berna, grandes impulsores del Monrepós. Por cierto que, pocos días después del último Penitentes, el destino quiso que María y José volvieran a reunirse en el cielo ya para siempre. Mucha moto hay allá arriba..

Por aquí pasó tu padre

Tenía ilusión y emoción a partes iguales en repetir la aventura que había vivido él justo un año atrás. Y quise replicarla hasta en las formas. Al igual que a él en su Penitentes, fue Honda España quien me proporcionó montura a través de su concesionario Mobicsa en Zaragoza, la de él una CB 1100, la mía una NC750X. Y para equiparme, unas previsiones meteorológicas bastante «pirenaicas» me dieron la excusa perfecta para vestirme con su veterano Gore-Tex BMW, con la ilusión inconfesa de que, ya con el casco puesto, alguien pudiera verle a él reflejado en mi. Y así comenzamos.

Alguno pensará que cuando se hace una ruta de 800 kms. en un día, tiene que haber también mucho de autopista y carretera nacional… No conocéis a estos de Penitentes. De Panticosa tiramos hacia abajo, ¿nos alejábamos de los Pirineos? No, sólo cogíamos impulso. Tras bajar hasta Jaca y Puente La Reina, nos adentramos en la primera de las delicatessens de la Ruta, la subida hasta Ansó. Me habían hablado muy bien del pueblo, sus calles y sus bordas reconvertidas a casas de comidas, lo que no me habían dicho es que lo mejor era el camino hasta llegar allí. En la subida, la NC750X empezó a ganarse el título –concedido por mi y consensuado por los que la vieron en acción– de «Madame Penitentes». Esta crossover de cambio automático equipada con la transmisión de doble embrague de Honda o DCT –Dual Clutch Transmission– llama inicialmente la atención por la ausencia de maneta de embrague, pero lo realmente llamativo está dentro. Además del aumento de potencia resultante de una mayor cilindrada respecto al modelo anterior, la NC proporciona siempre la marcha que necesitas, ya que según el rendimiento que tenga el motor en cada momento, el sistema dual pre-engrana la siguiente marcha, lo cual se traduce en suavidad máxima en los cambios y una respuesta inmediata a cada necesidad, cambiando de marcha casi con la misma sensibilidad con la que lo harías tú mismo. Esta «comodidad» en una ruta de esta longitud y acompañada del frío en todas sus modalidades –nieve, lluvia, viento, niebla– me hacía ser el participante más envidiado cuando a los demás ya se les entumecía la mano izquierda tras embragar en miles de ocasiones –y lo de «miles» no es una forma de hablar–.

Pero volvamos a la ruta. Pasado Ansó, lo que parecía un simple chirimiri se convirtió oficialmente en una lluvia que prácticamente no nos abandonaría hasta la todavía lejana hora de comer. En la moto, iba yo pensando que los de Monrepós lo tendrían difícil para mejorar ese primer tramo cuando, de repente… nos adentramos en el espectacular Pirineo Navarro y su Selva de Irati: Isaba, Ustárroz, Ochagavía, Ezcároz… hasta llegar al control de Orbaizeta, último lugar reconocible en los mapas antes de pasar a Francia, frontera que atravesamos sin darnos cuenta porque entramos (plagiándole una frase a mi padre en su crónica del año pasado) «… por una de esas carreteras que no sé de donde se han sacado los del Monrepós…». Y no lo digo por decir, la carretera en concreto era un antiguo camino utilizado por contraband… quiero decir, por pequeños importadores locales que gustaban de pasar el rato llevando productos franceses a España y viceversa –de ahí que no salga en los mapas– y que atravesaba una zona de auténtica postal a la que, por cierto, me he prometido volver algún día para contemplar la parte que la niebla no me dejó.

Más curvas, más kilómetros, más belleza y llegamos al control del Col du Soudet, donde nos encontramos uno de los pocos incidentes registrados en ruta, cuando uno de los participantes a lomos de una Honda Deauville, en un momento de despiste y casi en parado, alcanzó a un compañero suyo. Nada grave, algo de plásticos y el faro roto, lo que motivó que tuviera que decir adiós a Penitentes.

El GP de Penitentes

Tras seguir atravesando parajes tan impresionantes que, bajo el casco, no te dejan cerrar la boca ni un solo segundo, la siempre autoexigente organización quiso extender la emoción de la navegación a territorio urbano. Y para ello eligió una ciudad legendaria para el mundo del motor: Pau. A sólo una semana de que se celebrara allí el famoso Grand Prix de Pau, toda la infraestructura de carrera estaba ya instalada –guardarrailes, pianos pintados, tribunas, parrilla, puestos de comisarios…–, así que a toda la aventura en ruta, Penitentes añadió otro toque de delicatesen racing recorriendo el trazado urbano en su totalidad. Además, como la llegada fue a la hora de la comida había poco tráfico, así que el circuito fue prácticamente nuestro durante las dos vueltas que le dedicamos, y más de una estribera se escuchaba arrastrándose por el asfalto palois. Tras el circuito, comida de rigor y volvemos a la Ruta con prácticamente la mitad del camino por recorrer. Ahora ponemos dirección Lourdes, la cual pasamos casi bordeando y dejando a nuestra derecha el santuario, para dar un toque aún más místico si cabe a mi Penitentes particular.

Durante el camino mi padre está siempre en mi pensamiento. Mientras las líneas sueltas de su crónica del año pasado toman voz en mi mente, no puedo dejar de pensar que estoy recorriendo las carreteras por las que él pasó, dibujando las curvas que él mismo trazó hace sólo un año… Es algo así como ponerse una cazadora suya, o su casco o sus guantes. Bufff… parece que le sientes, le hueles, que hasta le escuchas hablando en aquellos rincones olvidados de la mano de Dios.

Y justo en uno de esos momentos de recuerdo, Javi Berna, mi guía en esta cruzada y el mejor que puedo imaginar para rutear el Pirineo –por cierto, en algún sitio debía estar escrito que esta aventura la tenía que hacer yo acompañado de alguien que se llamara Javier– se detiene a un lado de la carretera, se levanta la visera del casco y me dice «¿Reconoces este sitio?» Echo la vista atrás y veo una casa, un seto, un poste de electricidad… Nada especialmente particular para el resto del mundo pero con un significado enorme para mi, es el lugar donde aparecía mi padre en una de las pocas fotos que tengo de él en Penitentes. Por supuesto, repetimos la foto –es la que encabeza esta crónica– y, como él mismo nos hubiera metido prisa, continuamos la marcha.

Línea negra sobre alfombra verde

En el horizonte comenzaban de nuevo a alzarse imponentes los Pirineos, a los cuales nos dirigíamos de nuevo buscando el último control antes de volver a pisar España. Y quiso el destino –el destino marcado por los de Monrepós, claro– que volviera a disfrutar de un paisaje que me había cautivado. Los Pirineos franceses nos regalaron un color verde en sus paisajes espectacular, atravesando montañas cubiertas de una hierba mil veces más verde y perfecta que la del mejor campo de fútbol, un verde sólo interrumpido por la línea negra que marcaba la carretera. Negra, muy negra, porque entre otras cosas, los franceses no echan sal sobre el asfalto para combatir la nieve. Ellos piensan que cuando se vaya el invierno se irá la nieve y, mientras tanto, pues a pasarlo como se pueda. Así que nada de sal y, como mucho, un poco de gravilla –divertidísimo para montar en moto–. Uno de esos espectáculos perfectos en negro y verde fue el que disfrutamos ascendiendo a Hourquette d’Ancizan, un regalo para la vista y, sobre todo, un regalo para el motero… ¡Qué subida, tíos!

Desde allí, bajada hasta Saint-Lary-Soulan y de nuevo ascenso hasta el túnel de Bielsa que nos devolvía a tierras patrias lanzándonos en un divertidísimo descenso por la carretera de Bielsa-Aínsa hasta el penúltimo control.

Lo de ir con el jefe de Penitentes conlleva todas las ventajas del mundo, pero también algunas responsabilidades. Una de ellas, hacer parada y recuento en todos los controles, lo que al inseparable trío formado por Javi, Jose ´Barón´ y yo mismo, nos hizo emplear más tiempo en la ruta que el resto de participantes. Eso sí, lo bueno de esas paradas era poder compartir conversación y anécdotas con los controles y participantes que iban pasando y sellando su tarjeta. En el último control hicimos parada larga, era el último y marcaba el punto previo a la guinda final de Penitentes, el paso del Cañón de Añisclo, cuya belleza cautivó tanto a Javier –el mío–, que el otro Javier decidió incluirlo en la ruta como un nuevo homenaje a su figura. El cielo sonríe.

Allí se nos echó ya la noche, pero muchos de los que pasaban no renunciaban a recorrer el Añisclo aunque fuera sin verlo. Aún tengo marcadas las palabras de un «crack» con casco y gafas off-road y una linterna pegada a la mentonera para ver el road book, en una vieja Suzuki Big siete y medio al que el control le preguntaba qué tal iba la cosa. La respuesta (literal): «Bien, pero podía llover y haber más niebla, es que yo vengo del enduro, ¿sabes?». Ole tus h…

Alrededor de la medianoche llegábamos a Baños de Panticosa. Habíamos tenido lluvia, frío, niebla y kilómetros para parar un docena de trenes, pero mi sensación fue la misma que describió mi padre hace un año: mil veces más satisfacción que cansancio. Cena y un poco de descanso habrían valido para volver a repetir la experiencia al día siguiente.

Cena, charla, más anécdotas y rumbo a la cama mientras, por última vez en el día, volví a escuchar su voz diciéndome: «¡Cheli, ya te has ´marcao´ unos Penitentes!»

Medio: Formula moto

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Publicado: 13/06/2014